Un fugaz encuentro con el esposo de Helena
Mi amiga Helena había viajado al interior para visitar a sus padres.
Al despedirse de mí, había dicho que estaría ausente al menos por una semana entera y que tuviera cuidado con Jorge, su marido, ya que lo dejaba muy caliente, después de haberle negado sexo por unos cuantos días…
Le dije que se quedara tranquila; yo no iba a caer tan fácilmente en las garras de Jorge. Pero mientras le decía a mi amiga, sentía la humedad entre las piernas, que me provocaba el morbo de saber que ese tipo iba a intentar algo conmigo apenas su mujercita lo dejara solo…
Y no me equivoqué. Al día siguiente me llamó el infiel Jorge. Sabía que mi esposo estaba de viaje y entonces, el muy caradura me invitó a cenar afuera esa misma noche…
Yo sabía sus intenciones, así que no me fui con vueltas: le dije si quería venir a mi casa directamente. Por supuesto, Jorge aceptó encantado, diciendo que estaría a las siete en punto.
Le dije que dejaría la puerta abierta… a buen entendedor…
Temprano por la tarde disfruté una buena ducha tibia, para relajarme y terminé con la lluvia casi helada, para sacarme la calentura.
Después desnuda, frente al espejo, observé con detenimiento cada rincón de mi cuerpo. Había aprendido a quererlo, a pesar de algunas imperfecciones…
Todavía podía sentir que la redondez de mis caderas era algo sensual; mis muslos estaban algo gruesos pero bastante firmes, al igual que mi culo bien respingón; lo que me hacía atractiva junto con mi vientre chato.
Ya pasaba de los cuarenta, pero todavía muchos caballeros maduros y hasta algunos mocosos giraban la cabeza al verme pasar…
Víctor me satisfacía muy bien en la cama, pero yo sentía que necesitaba más. No iba a perder la oportunidad de echarme un buen polvo con el marido de mi mejor amiga…
Me acosté desnuda en la cama para empezar mi ritual íntimo de lujuria, que me condujese al sendero de la excitación. Y así, estar ya bien caliente cuando Jorge llegara.
Mis dedos resbalaron por mi piel, recorriendo lentamente cada poro, encendiendo mi irrefrenable calentura y mis ganas de ser poseída por un buen macho.
Me pellizqué suavemente los pezones. Mi cuerpo automatizado, humedeció mi concha en el acto. Masajeé mis caderas y apreté mis nalgas. El anhelo de un buen orgasmo me excitaba…
Presionaba y soltaba mis redondos glúteos, bordeando el clímax y refrenando mis ansias por ser embestida a lo bruto…
Me estiré para alcanzar la caja que guardaba mi posesión secreta.
Allí estaba mi plug anal; un juguete que ni siquiera Víctor conocía. Era el chiche de los mil orgasmos, mi pequeño compañero de traviesas aventuras y placeres que nunca me había atrevido a declarar frente a mi adorado esposo.
Lo lubriqué con mi saliva y cerré los ojos, mientras lo introducía muy suavemente, a la vez que rozaba ligeramente mi clítoris con las yemas de los dedos.
La percepción de plenitud me poseyó, y me transportó a los momentos en que Víctor me embestía desde atrás sin piedad.
Tuve que aminorar el ritmo porque solo el recuerdo de su aliento en mi nuca me puso casi al borde del orgasmo.
Recordaba cada palabra sucia que me susurraba al oído mientras me tomaba desde atrás; las palabras sucias que yo le pedía.
Mis dedos entonces instantáneamente se aceleraban, en círculos cada vez más amplios, a cada instante más húmedos…
Por fin se oyeron pasos en la escalera.
Quieta, conteniendo la respiración, podía oír los latidos de mi propio corazón acelerarse.
La puerta de la habitación se abrió muy lentamente; Jorge me miró desde el umbral y sonrió. En ese momento, sentí una especie de pudor que me hizo cubrir mi pubis depilado con mis manos…
“No es la primera vez que te veo en bolas…” Susurró Jorge.
Era verdad; ya me había cogido en más de una oportunidad, varias veces inclusive con el consentimiento de Helena. Su verga era muy gruesa, me volvía loca, en especial el ritmo de su bombeo y su virilidad incansable. Jorge podía coger durante horas…
“Hmmm, me muero por saborear ese cuerpito…”
Dijo, mientras comenzaba a desvestirse.
Se acostó a mi lado y empezó a besarme suavemente.
Fue bajando lentamente con la lengua por mis hombros y se detuvo en mis tetas. Comenzó a alternar su lengua con los dientes, pellizcando suavemente mis pezones. Cerré mis ojos y me abandoné al placer que este turro me daba…
Mis dedos volvieron a mi clítoris, agregando más placer todavía,
Jorge siguió lamiendo mis pezones, pero sus manos bajaron por mi cuerpo. Sus largos dedos pronto rozaron mi entrada anal.
Encontraron mi pequeño plug y notaron la humedad que empezaba a deslizarse entre mis muslos abiertos, empapando las sábanas.
Entonces su cabeza bajó hacia mi clítoris. Yo aparté rápidamente mi mano, a pesar del placer que me estaba dando.
Jorge acercó su boca a mi vulva depilada y la saboreó sin reparo.
Con sus dedos separó mis labios suavemente e inició el ritual oral.
Mi clítoris brotó insultante, en el acto, dispuesto para ser adorado por su lengua; un pincel con el que Jorge pintaba obras maestras.
Sus labios cubrieron mis otros labios, mientras sus dedos movían el resorte del gozo anal, gracias a mi pequeño juguete rojo…
Se detuvo para mirarme gozar, pero entonces lo insulté:
“No pares ahora, hijo de puta… o te mato…” Le grité desesperada.
Con la frenética yema de su dedo mayor entrando en mi concha, su aliento condensando mi vulva y esa lengua mágica y habilidosa electrizando mi clítoris, el muy turro tiró del plug sacándolo de un solo golpe.
Entonces me convertí en una horda de miles de espasmos y convulsos chillidos jadeantes. El orgasmo había golpeado con más ímpetu que nunca antes. Y así entregada y totalmente vencida, tiré la toalla, pidiendo que alguien viniera a res**tarme de tanto gozo.
Unos segundos después, me animé por fin a abrir mis ojos y lo vi mirándome, sonriendo con una expresión casi diabólica…
Con el aliento acelerado y la voz entrecortada, pude preguntarle:
“Hijo de puta, qué me hiciste…?”
Por toda respuesta, él comenzó a vestirse:
“Me debes una, Anita…”