Un masaje esperado

Bdsm

Un masaje esperado
Llevo trabajando como gestor patrimonial desde que me gradúe en la universidad. Tras obtener la licenciatura en económicas con uno de los mejores expedientes de mi promoción, tuve varias ofertas de trabajo inmediatamente, y decliné la propuesta de uno de los más importantes bancos españoles.

Han pasado más de diez años y a la promoción interna, la buena posición profesional y económica, debo sumarle una hernia discal en la espalda al llevar media vida sentado tras el escritorio de mi despacho. La recomendación del médico era operarme, pero la idea de entrar en quirófano no me emocionaba así que comencé a realizar rehabilitación en el gimnasio y por insistencia de mi mujer, ir a un centro de masajes para relajar y recolocar las contracturas y de paso el estrés laboral.

Mi mujer cogió cita en un centro quiromasajista cerca de mi trabajo, así que al salir por la tarde a eso de las seis y media, acudí al paseo de la castellana número xxx. Fui recibida por una enfermera que amablemente me acompañó a la sala de espera, para pasados unos minutos invitarme a entrar en el gabinete del masajista. Cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que el masajista no era hombre, sino mujer, y vaya mujer. Mediría un metro sesenta y cinco, pelo castaño rizado por debajo de los hombros, la piel Clarita con pecas sobre la nariz y los mofletes, e imaginaba que por el cuerpo también. Ojos color miel y una gran boca que permitía ver una dentadura blanca perfecta. De pecho mediano y delgadez contenida, se sostenía sobre dos largas piernas que solo se insinuaban bajo el pantalón blanco.

Estoy convencido que nada más vernos ella notó mi sorpresa (grata por otra parte) pero como quien no quiere la cosa hablamos de mi situación física, para posteriormente entregarme una toalla e invitarme a cambiarme tras un biombo y tumbarme en la camilla.

El masaje comenzó suavemente, calentando con una lámpara de calor mi espalda y con pequeñas presiones de sus delicadas pero firmes manos. De pasada en pasada vertía aceite tibio sobre mi espalda que yo recibía con un pequeño suspiro de placer. Llevo casado seis años y tras el nacimiento de mi hija mi vida sexual se ha reducido a cero, por lo que el mero contacto de aquella preciosa mujer en mi espalda ya me empezó a calentar.

Ella, ajena a mi incipiente calentón, daba vueltas alrededor de la camilla para acceder a toda mi espalda, rozando en ocasiones con sus piernas mis brazos, cayendo a veces su melena sobre mí, y solía acabar las refriegas hincándome un poco las uñas, lo que acabó todo por excitarme totalmente y tener una fuerte erección..

Llegó el momento en que me pidió darme la vuelta para continuar masajeando el cuello, pecho y abdomen me indicó:

– Date ahora la vuelta que continúe por delante Diego.
– Ehhhhh – balbuceé consciente de la izada de bandera que tendría al girarme – creo que prefiero estar un rato más así tumbado – continué.
– Estate tranquilo Diego, imagino por lo que lo dices, llevo años en esto y no es la primera vez que me pasa.

La verdad es que tenía razón, pero aún así yo seguía incómodo:
– Perdona Laura, pero me siento incómodo, hace mucho tiempo que ninguna mujer me tocaba a parte de mi mujer y me siento avergonzado, prefiero continuar así hasta que me tranquilice.

Noté una pequeña mueca de desaprobación, pero no dijo nada mas, continuó el masaje y finalmente se me bajó el calentón. Nos despedimos, me fui a la sauna y allí desfogué toda mi energía en una paja en la soledad de la cabina. Cogí esta costumbre todas las siguientes sesiones, ya que además de relajado muscularmente también me dejaba descargado de leche.

Acudí varias sesiones más, y a medida que íbamos cogiendo confianza conseguía controlar más mi ereccion, hasta que uno de los días cuando me invitó a girarme lo hice:

– Si quieres puedes girarte boca arriba Diego.
– Está bien Laura, hoy estoy más tranquilo – así que me giré sin atisbo de empalmada
– Vaya – contestó al girarme – parece que ya no te surtí el mismo efecto eh?
Dudé un instante, pero ante la fortaleza que sentí de control de mi cuerpo le contesté:
– Jeje, anda que no me ha costado…
– Si ya lo sé, es normal, le pasa a muchos casados, aunque a muchos lo que les gusta es girarse y que se la vea…que asco me dan…pero tú…eres tan mono sintiendo timidez que me daba hasta pena.
– Oye, tampoco te rías de mí jaja – le incordié
– Bueno bueno, eso aquí nene, porque luego en la sauna…

En un instante se me cayó el cielo encima. Creía que nadie sabría de mis corridas en la sauna.

– Ehhh….ehhh
– Tranquilo, que a mí me da igual, pero no creerás que no me doy cuenta de la cara de feliz con la que sales y el olor a leche recién extraída que huele la cabina no?
– Diossss, lo siento de verdad, por favor no sé lo digas a nadie y menos a mi mujer. – le supliqué
– Está bien Diego , no pasa nada, será nuestro secreto. Pero dime, es que ya no te gusta mi masaje?
– Sabes que me encanta Laura, además de dejarme la espalda como nueva me gusta sentir tus manos en mi cuerpo.
– Pues…- continuaba diciéndome mientras deslizaba sus manos sobre mí abdomen – es una pena que hoy que la sauna está rota no puedas seguir tus costumbres…

Ella estaba a mi izquierda, tenía sus piernas pegadas a mi mano y mientras acababa de hablar se mordisqueaba don labio inferior sin quitarme la mirada. Enseguida noté que la presión de sus manos dejaba paso a caricias de sus uñas, y movía la cabeza de lado a lado jugando con su rizada melena. Todo eso comenzó a ser demasiado y enseguida mi poya comenzó a levantarse.

– Vaya vaya, a quién tenemos aquí de vuelta? – exclamó con una sonrisa sin quitar la mirada de la toalla de mi entrepierna.
– Perdona Laura, parezco un chiquillo – y como acto reflejo puse mis manos sobre la toalla a lo que ella reaccionó clavándome las uñas.
– Ayyyyy – me quejé levemente, un quejido entre dolor y placer.
– Lo siento Diego – se exculpó mientras bajaba la cabeza a mi pecho para besar la marca que me había dejado. – Mejor así? – preguntó
– Mejor o peor…no sé qué contestarte – le dije mientras notaba que la dureza de mi poya no se contenía bajo la toalla.

Levantó la mirada para cruzarla con la mía dejándome a la vista el escote y la lencería blanca que llevaba, volvió a sonreír para ir deslizando su mano sobre mi abdomen hasta llegar a la toalla que apenas se sostenía abrochada. Un simple gesto de sus dedos sirvió para soltarla y que mi poya dura saltase como un resorte. Se subió a la camilla poniendo una pierna a cada lado de mi cuerpo, sentada en cuclillas sobre mi pecho. La mano derecha la tenía hacia atrás acariciando mi pelvis mientras con la izquierda soltaba los botones de su camisa.

Nada más recibir el primer beso sobre el arañazo que me había hecho yo ya había olvidado a mi mujer y solo podía pensar en poseer a Laura.la visión del sujetador y sentir sus dedos sobre mi falo me cegaron por completo y mis manos, lejos de la timidez de anteriores sesiones, comenzaron a acariciar las piernas de la masajista.

Inclinándlse sobre mi, me ofreció su boca mientras con su cintura dibujaba un círculo sobre la punta del pene que pronto comenzó a lubricar presemen. Nos íbamos besando, jugábamos con las lenguas mientras ella se deshacía de su uniforme. Quedó en ropa interior blanca sobre mí. Mientras nuestras bocas se traspasan saliva como dos adolescentes mis manos recorrían todo su cuerpo. Le acariciaba las piernas desnudas y subía las manos hasta su cadera marcándole el ritmo que seguiríamos en cuanto se quitase las braguitas. Mi boca bajo por su barbilla, luego el cuello y finalmente al pecho, a la vez que con una mano le soltaba el sujetador y dejaba a la altura de mi boca sus pezones duros.

Efectivamente tenía pecas por todo el cuerpo y yo las contaba con cada mordisco que le daba. Mi poya estaba dura como nunca y expulsaba lubricante sin parar así que sin poder contenerme la agarre de la cintura para girarla sobre mí y tumbarla en la camilla. Recorrí todo su pecho y vientre con mi boca mientras mis manos le quitaban las húmedas braguitas blancas, el olor que se desprendió fue delicioso, casi tanto como el gemido que le oí nada más pasar mi lengua por su coñito rosado y depilado.

Tenía un coño precioso, estrechito con los labios finos y el clitoris saliente para facilitarme lamerlo, y así lo hacía mientras mis dedos la exploraban por dentro. Noté su excitación en mi boca, sus piernas me oprimían en cada espasmo y le veía retorcerse los pezones y morderse el hombro, así que viendo su entrega comencé a lamerle el ano, no puso resistencia, verla maltratar su cuerpo y como me había arañado a mí me indicó que le gustaban las cosas directas. Introducía el índice en su conejito mientras el meñique entraba en su culito. Tras un par de minutos y con mi mano empapada en sus flujos, me baje de la camilla, la coloqué tumbada en el lado estrecho con las piernas sobre mis hombros y le penetré sin contemplación ni demora. Un fuerte empujón hasta el fondo, golpeando mí abdomen contra ella, a lo que ella respondió con un simple: Cabron!

La primera sacudida dio paso a las siguientes, acompasadas y acompañadas de tirones de mis manos sobre sus pechos y azotes en sus piernas, a lo que ella respondía con gemidos y jadeos pidiendo más y más. La agarré del cuello y mirándola le dije: más seguro? A lo que ella asintió con lujuria en la mirada.

Saqué la poya de su coño, la baje de la camilla y la giré poniéndola con las piernas rectas fuera y el pecho sobre la camilla, la así del pelo como si fueran las riendas de un caballo y separándole las piernas le reventé el ano sin compasión. Notaba que algo dentro de ella se rompía pero lejos de quejarse jadeaba de placer y yo gritaba de extasis.

A un “Cabron Cabron me estás rompiendo” yo le contestaba con sacudidas más fuertes y tirones de pelo, notaba como con mis perforaciones ella aprovechaba a masajear su clitoris, introducir dedos en su vagina y disfrutar como loca. Mi excitacion estaba en la cúspide, tenía toda la sangre en la punta de mi poya y sin pensarlo dos veces, la empujé con tanta fuerza que la camilla se movió y los dos no fuimos detrás de ella. Salió mi poya de su ano y con fuerza le agarré la cabeza para terminar sobre su cara a lo que no puso objeciones.

Me corrí como nunca, llenándole la cara de lefazos por todos lados, tenía el pelo enredado de mi leche y de nuestro sudor. Me sonrió, y comenzó a lamer el semen que le corría la cara. Yo estaba exhausto, me vestí, y sin mirar atrás la dejé como si de una puta se tratase para no volver más.

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